La cosa arrancó en 1925 cuando un grupo de rosarinos entusiastas, con más fervor que precisiones, decidió que oficialmente todo había empezado hacía 200 años. La referencia fue lo dicho por Pedro Tuella, el primer cronista del Rosario: “hacia 1725 se descubre el origen de este pueblo”. Aquella versión algo forzada para celebrar la ciudad, con sus adhesiones y sus críticas, se reedita con el actual Tricentenario. Para empezar, nos asomamos al pasado colonial de Rosario.
ESCRIBE: Joaquín D. Castellanos
HISTORIADOR INVITADO: Darío Barriera, director ISHIR-CONICET
ILUSTRACIÓN: Facundo Vitiello
Sin acta de fundación ni fundador reconocible, Rosario encontró en la búsqueda imposible de sus orígenes un motor para abordar con pasión –un elemento que en su gente abunda– cierta construcción de su propia identidad como ciudad.
La fiebre de la obsesión por encontrar las raíces rosarinas apuntan a un relato reflotado en 1925 por parte de la elite rosarina, en ocasión de un forzado Bicentenario de Rosario basado en un escrito de comienzos del siglo XIX: “Hacia el año 1725 se descubre el principio de este pueblo… Había por las fronteras del Chaco una nación de indios reducidos… llamados los Calchaquíes, o Calchaquiles a quienes hacían guerra e incomodaban mucho los Guaycurús, nación brava y numerosa. Era de los Calchaquíes muy amigo Francisco Godoy, y por libertarlos de estas extorsiones, los trajo a estos campos… Éste fue el principio de este pueblo; y no sería mucho si entre sus glorias hiciese vanidad de tener su origen de un personaje que tenía el ilustre apellido de Godoy”.
Se trata de la Relación histórica del pueblo y jurisdicción del Rosario de los Arroyos en el gobierno de Santa Fe, provincia de Buenos Aires, escrita en 1897 por un destacado vecino del lugar, el aragonés Pedro Tuella y Monpesar, maestro de escuela y pulpero, designado oficialmente por los representantes de la Corona española como Receptor de la Oficina de la Real Hacienda y administrador de Rentas de Tabaco y Naipes. La obra fue publicada a comienzos de 1802 en el periódico porteño El Telégrafo Mercantil que revela un inédito devenir histórico local basado, según apunta el propio autor, en un relato de tradición oral que insinúa la hasta entonces inexistente fundación del poblado predecesor a la ciudad de Rosario.
No hay dudas que es una de las primeras crónicas que cuentan desde acá mismo nuestro pasado, aunque lo hace con un sospechoso tono halagüeño con la descripción de un exaltado panorama general de la región del Pago de los Arroyos a principios del siglo XIX que incluye detalles de su vasta geografía, sus inmejorables recursos naturales y la actividad económica que transcurre entre el río Carcarañá y el arroyo del Medio.
También se refiere a las más de 80 casas y ranchos de alrededor de la Capilla del Rosario, en el casco histórico de la actual ciudad, donde vivían apenas 400 de los más de 5.800 habitantes de toda la zona.
Esto le valió a Tuella ser considerado “el primer cronista del Rosario”, citado por Eudoro y Gabriel Carrasco, reputados padre e hijo, historiadores locales de renombre en su tiempo y autores de Anales de la ciudad del Rosario de Santa Fe. Otro que se apoya en ese relato fundacional es Estanislao Zeballos, rosarino y figura relevante de la política nacional, diplomático e intelectual destacado de la generación del ‘80, creador del libro La Región del Trigo en el que destaca con entusiasmo la potencialidad del sur provincial, casi como lo hace Tuella pero ochenta años después.
Esas miradas autorizadas en su época potenciaron la crónica sobre el fundador que llegó con los calchaquíes para formar el primer poblado fijo por estas latitudes.
El único detalle es que al día de hoy (300 años después de su supuesta y estelar aparición) no hay todavía un solo registro de la existencia del tal Godoy, utilizado sin embargo para nombrar una avenida –la actual Presidente Perón– y hasta un barrio entero y, en consecuencia, un club, al oeste del parque Independencia.
DETRÁS DE LA HISTORIA
El decreto municipal N°1225, fechado el 4 de octubre de 2024, se solventa en “que tal como lo expresara Pedro Tuella, Francisco de Godoy junto a un grupo de la comunidad calchaquí, habría fundado en 1725 el Pago de los Arroyos y que en el año 1924 el Intendente Pigneto declara la celebración del Bicentenario de la ciudad en el año 1925, siendo oportuno declarar el año 2025 como el TRICENTENARIO DE ROSARIO”.
Está claro que el trasfondo del proclamado Bicentenario, resucitado inevitablemente al cumplirse ahora otro siglo redondo, no sólo da lugar a festejos y numerosas actividades oficiales en nombre de tan rimbombante fecha. También puede ser vista como una oportunidad de asomarse al ayer más remoto de Rosario y a la construcción histórica de las distintas ciudades que fuimos en todo este periodo que hoy se celebra.
Entre los académicos hay en general un marcado espíritu de amplitud por las miradas del pasado local pero también hay un firme consenso: un relato fundacional “flojo de papeles” no inhabilita lo simbólico pero sí amerita algunas explicaciones.
“La historia es una arena de debate: pensar que la historia es una disciplina corporativa es un gran error. Y no por discutir la existencia o no de un acontecimiento sencillo que es fácil de despejar: el acta de fundación no está pero no hay problema con eso. El problema es pensar que cuando discutimos de historia no estamos discutiendo sobre el presente o que cuando discutimos sobre el presente no estamos discutiendo historia”, reflexiona Darío Barriera, investigador del CONICET, titular del espacio de Investigaciones Socio-históricas Regionales (ISHIR). A su criterio, lo más rescatable en este momento pretendido como histórico es la posibilidad de abordar con mayor visibilidad el pasado local: “una de las cosas que posiblemente pueda poner en escena toda la movida que existe en la ciudad y en la región con esta cuestión del Tricentenario es que, a lo mejor, muchísima gente que tenía una idea sobre la historia como una simple narración de hechos que no se toca, que no se mueven y que están ahí… ahora lo pueda ver de otro modo”.
DE NUESTRO AYER MÁS LEJANO
En la década de 1720, el espacio del Pago de los Arroyos adquirió una importancia estratégica ante el avance de mocovíes y abipones, pueblos originarios hostiles que habían aislado a Santa Fe. En consecuencia, muchos vecinos dejaron sus viviendas buscando seguridad al sur del Carcarañá o en la otra banda del Paraná. Incluso se pensó en mudar nuevamente la ciudad a uno de estos dos sitios, como ya se había hecho en 1660, por iniciativa del Cabildo, unas 15 leguas al sur de las barrancas del río de los Quiloazas (actual Río San Javier) donde el 15 de noviembre de 1573 Juan de Garay había fundado Santa Fe la Vieja.
“El mito tiene, como el chiste, algo de cierto. Entonces (el cuestionado relato fundacional de Tuella) es parte posible de un acontecimiento incomprobable pero que no miente tanto.Es decir, no hay fundación, pero sí hay traída de indios calchaquíes para establecerse, acaso no exactamente en el centro de Rosario, pero para establecerse en la zona… Esto pasa durante la década de 1720 y pasa varias veces. Entonces no es improbable que también haya ocurrido que Francisco Godoy haya llegado en 1725 con algunos indígenas de su encomienda y se haya instalado y haya sido muy cercano a donde estaba la capilla, etcétera”. Pero el contexto de esta llegada, si se encontrara un documento, nos hablaría de un fenómeno mucho mayor que es la fortísima presión que están ejerciendo sobre la ciudad y las chacras de Santa Fe todos los grupos originarios que viven al norte, al oeste y al este de la ciudad”, explica Barriera.
Las familias santafesinas y sus indios amigos se fueron estableciendo entre Santo Tomé y Coronda para mantenerse ellos, su ganado y sus propiedades alejados de los fieros malones. Pero la persecución no cesa: pronto asediarán la nueva ubicación los charrúas del este, llegados a Coronda desde Punta Gorda y Diamante, lo que obligará a muchos a seguir más al sur. Ahí es cuando el Pago de los Arroyos empieza a ser una alternativa más o menos atractiva. “Una de las primeras referencias oficiales aparece en enero de 1725, cuando el Cabildo de Santa Fe nombra a Francisco de Frías como Alcalde de la Santa Hermandad para el Pago de los Arroyos, autoridad rural con la misión de controlar un territorio enorme y poco delimitado.
ALCALDE DE UN REMOTO PAGO
La Santa Hermandad era una institución que había sido creada por los Reyes Católicos en 1476 para perseguir y castigar a los delincuentes que cometían delitos en despoblado, apilcada en Santa Fe desde el año 1616.
En tanto, la figura del Alcalde en cuestión no era otra cosa que una autoridad civil para inmensas áreas rurales, que tenía que ejercer el control de una población dispersa sobre millones de hectáreas.
Funciones que desarrollaba durante el año, ya que era designado junto a los nuevos cabildantes, el 1° de enero.
El cargo era muy particular y hasta era visto más como una carga pública que como un privilegio: no se le asignaba sede ni viáticos, por lo que podía seguir viviendo en Santa Fe y desde ahí, realizar recorridos periódicos por los campos de la jurisdicción que le tocara en suerte para procurar que se llevara una vida cristiana, decente y honrada, conforme a las leyes de Dios y de los Reyes de España.
Lo curioso es que hasta 1725 las actas capitulares no explicaban cómo se dividían las áreas a recorrer: incluso el capitán Francisco de Frías ya había sido asignado en 1717 a controlar estas tierras del sur pero desconociendo su nomenclatura. Hasta que pasó el milagro: una semana después de ser nombrado por el Cabildo, al flamante alcalde rural se le ocurrió solicitar, según se testimonia un acta del 8 de enero, que se le diera precisión por escrito de hasta dónde llegaba el territorio de su competencia.
“No es que antes no existía el Pago de los Arroyos, pero sí es la primera vez (en 1725) que se escribe así. Y no hay una certeza, no hay una delimitación precisa, no existe todavía lo que hoy llamaríamos una una jurisdicción con límites ordinarios: lo que existía era una idea muy concreta de que era todo aquello que estaba cruzando el río que tenía todos los arroyos que atravesaban ese camino que va de Santa Fe a Buenos Aires: eso era el Pago de los Arroyos”, dice Barriera y añade: “solo el Pago de los Arroyos con un millón de hectáreas… es un disparate pensar que esta persona podía efectivamente ejercer el gobierno o la justicia. Aún así, como textualidad, yo estoy seguro de que esto es mucho más sólido que el mito de (Francisco de) Godoy”, dando a entender que aquel mero pero relevante acto administrativo acaso podría haber sido un mejor punto de partida para que Rosario celebre de a centenarios.
UN TEMPRANO CENSO
Frías fue autoridad civil de la región en 1717 y en 1725 pero también volvería a serlo repetidas veces en las dos décadas siguientes: incluso hasta su muerte, ocurrida 1748 cuando estaba en el cargo.
En 1736 formará parte de un documento interesante para intentar comprender cómo era la prehistoria de Rosario por aquellos años de la colonia: el Padrón de Benegas y Frías.
“Es el resultado de la reunión de dos jueces rurales que se sientan en la casa de uno a hacer de memoria el censo de la gente que conocen en el campo y dicen cuántos son, si están casados, si tienen pibes, si tienen animales… qué tipo de animales tienen, cómo son esos animales, si están sanos, si están enfermos, si son caballos, si son vacas, si los venden, si son para su propio alimento”, indica el historiador del CONICET.
Se trata de un registro que revela la existencia por entonces de 121 unidades productivas en la región, con predominancia ganadera pero también con presencia de agricultura ya en el siglo XVIII.
“Se rompe un mito de lo que era el rosario colonial: no es una zona agrícola, porque es eminentemente ganadera, pero ya hay agricultura en chacras donde se hace el trigo y hasta hay una tahona donde se hace la harina. Minifundios si querés, o pequeños agricultores en una zona que se suponía que era solamente de ganado salvaje”, subraya Barriera.
Y hay también otro detalle, en tren de desmitificaciones, casi un punto romántico a destacar en la figura del alcalde Francisco de Frías, el que podría haber sido protagonista de este Tricentenario pero no fue: a contramano del estereotipo de la dirigencia política de la posteridad, afincado en Los Arroyos moriría a los 48 años de edad sin poder pagarse un funeral decente, enterrado en la Capilla local como «vecino pobre».