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A los 49 años y con una sonrisa: la historia de la primera médica del programa Regresar

Natalia Tulián se ríe con ganas. Cuenta su historia, habla de largas noches sin dormir o de prolongadas mañanas haciendo trámites y, antes de terminar la frase, se ríe. Quien la escucha imagina que la risa la acompaña desde el lunes pasado, cuando, por fin, después de quince años de haber dejado la carrera, rindió su última materia en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Y con 49 años asegura que «siempre» vale la pena seguir la vocación, o al menos intentarlo.

Natalia es la primera estudiante del programa Regresar que se graduó de médica. El plan busca fortalecer la promoción y aumentar las tasas de graduación en las distintas carreras de grado de la UNR, promoviendo que quienes hayan dejado de estudiar hace más de tres años y tengan el 70 por ciento de las materias aprobadas vuelvan a cursar.

La UNR hizo punta entre las facultades públicas en lanzar esta iniciativa y convocar a estos estudiantes a obtener su título. El primer grupo de alumnos del programa se sumó en 2003 y para mayo de este año, el programa ya había sumado cien graduados. Cada uno, con distintas historias para contar.

La de Natalia podría contarse desde el 94, cuando dejó la casa familiar de la localidad de Firmat para mudarse a estudiar medicina. Por esos días, recuerda, sus padres estaban desocupados. Su mamá trabajaba en el banco Aliancoop que, por esos años, redujo su planta de personal a través de retiros voluntarios y su papá era empelado de la fábrica de cosechadoras Vasalli y lidiaba con el cobro de su sueldo, entre períodos de suspensión o jornadas de trabajo reducidas. La tradicional empresa familiar fue vendida en 2020 y el año pasado fue la primera empresa de maquinaria agrícola vendida durante el gobierno de Javier Milei.

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«Vine a Rosario a vivir con mi novio. Mis dos padres estaban sin trabajo, eran los 90 y en Firmat cerraron un montón de fábricas, así que no podían ayudarme. Nuestra situación económica era muy difícil, mi novio trabajaba de electricista y yo estudiaba», recuerda Natalia. Se mudaron ni bien ella terminó la secundaria. Aunque en la escuela media tenía buenas notas, dice, adaptarse a la vida universitaria no fue fácil. «Me costó un montón, éramos cientos de ingresantes, y el trato de los profesores hacia los alumnos era diferente, no era tan respetuoso hacia los alumnos como es ahora», dice.

Esas dos realidades, la situación económica de la familia y las dificultades que le planteaba la vida universitaria impactaron en su rendimiento académico. Ella afirma que «iba a los ponchazos», pero que su vocación nunca estuvo en dudas. «Ser médica siempre fue lo que quise hacer». Hasta que en 2010 se convirtió en mamá, de dos niñas, mellizas.

Cuando las bebas tenían tres meses, Natalia rindió la que sería por algunos años su última materia. «Me acuerdo que fue otorrino. Mis nenas estaban enfermas y tuvieron fiebre toda la noche. Así que fui a rendir igual sin dormir. Pero cuando volví a casa me di cuenta que tenia en ese momento que elegir, que no podía seguir así», cuenta. Y dejó su carrera en suspenso. Casi unos quince años.

Regresar, más de una década después

Esta nota no sería la misma si un día de junio de hace dos años Natalia no hubiera estado revisando mensajes en sus redes sociales, no se hubiera encontrado con un posteo de la Universidad Nacional de Rosario y no se hubiera anotado en el programa Regresar. Así, «todo de una, casi sin pensarlo», cuenta y vuelve a reír.

Ya en pandemia había intentando volver a la facultad. Como las clases eran virtuales y ella trabajaba desde su casa, tenía más tiempo libre para cursar. Pero no llegaba nunca con la preparación que le exigía rendir las materias. «Me faltaban sólo siete materias, de las 36 del plan de estudios del 98. Pero todavía parecía un montón», recuerda.

En agosto de 2023 fue una de las seleccionadas para formar parte del primer grupo de alumnos del programa Regresar. Le asignaron a una tutora y empezaron los trámites de homologar las materias al nuevo plan de estudios de Ciencias Médicas. «Al cambiar de plan me faltaban rendir también inglés, informática y metodología de la investigación», explica y cuenta que en eso estuvo hasta mayo del año pasado, cuando aprobó pediatría.

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Pero le quedaba aún una instancia más: la práctica final obligatoria, tres trimestres en los cuales los alumnos rotan por distintos centros asistenciales, desde un centro de salud barrial hasta un hospital general. Y tras esa experiencia rendir la última materia.

Cuando tenía que empezar con las prácticas, recuerda, no encontraba vacantes en los efectores públicos de la ciudad. «Parecía una carrera de obstáculos», describe. Hasta que apareció en escena el Hospital de Firmat, donde le abrieron las puertas. «Ahí me senté con mi familia. Les dije que si me quería recibir tenía que dejar de trabajar. Y ellos me apoyaron»

Así fue como el último tramo de la carrera incluyó viajes a Firmat tres veces por semana, guardias de 24 horas y muchas horas de estudio. «Por momentos se hacía bastante duro. Tengo 49 años, una familia, había dejado un trabajo, con lo que implica un ingreso menos en la economía familiar en este momento. Pero sabía que este era mi momento de recibirme, que era ahora no nunca», señala la flamante médica.

El acompañamiento de los responsables del programa Regresar, suma, resultó trascendente. «La seriedad y el compromiso con los que trabajan la tutora y la coordinadora del programa son gratificantes. Te sentís muy cómoda, te escuchan, te ayudan con los trámites administrativos. Y, sobre todo, te escuchan y te sostienen», dice.

Tanto como el apoyo de los profesionales del Hospital San Martín de Firmat. «Fue muy grato como me recibieron, como me trataron, porque no es lo mismo recibir a un médico próximo a graduarse a los 25 que a los 49. Pero nunca lo sentí así. Me enseñaron todo lo que podían y más también».

¿Qué fue lo que la impulsó a recibirse? «Es que muchas veces cuando estás en la vorágine de todos los días, en la rutina de hacer una cosa y otra, no te detenés a pensar qué querés y dónde estás parado. Pero cuando entré al hospital me di cuenta de que es el lugar donde siempre quise estar», dice. Y vuelve a reír. Una vez más.

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