Operación, traición, corrupción, rencor, torpeza, espionaje, ambición, resentimiento, voracidad, trampa, despecho, negocios, golpe, sobres, conspiración, desprolijidad, venganza, amateurismo, enemigos. Veinte palabras que, alternadas, sumadas, superpuestas, yuxtapuestas, integran el glosario básico cada vez que un funcionario queda envuelto en un escándalo. De sobornos. De coimas. O “aportes de campaña”. Sinónimos. Eufemismos. Coartadas.
Como si la narrativa pudiera siempre construir realidades a medida. Cambiar percepciones colectivas. Desactivar sospechas. Contrarrestar desconfianzas. Reparar la credibilidad. Restituir la legitimidad. Ahora y casi siempre. Hasta que se haga justicia. Porque todo acusado se siente obligado a repetir, como un mantra sin eco ni efecto, “creo en la Justicia”. Aunque la Justicia lenta no es justicia, se dice. Y en casos de corrupción la Justicia es bastante menos rápida en la Argentina que para los ciudadanos comunes. No por culpa solo de los jueces, Y no es de ahora. Lo vio Marco Tulio Cicerón, según Stefan Zweig, en el colapso de la República romana, en esa “esfera donde el poder rige como derecho y la inescrupulosidad mueve más que la sabiduría y el espíritu conciliador”. Un clásico que se renueva.