El regalo que le dejó Gita Gopinath a Toto Caputo antes de renunciar a la vicedirección del Fondo Monetario Internacional fue digno de su fama de «dura»: le recordó que el déficit de la cuenta corriente sí es un problema para Argentina y que el tipo de cambio sigue necesitando un ajuste al alza. Es decir, todo lo que contrario a lo que se argumenta desde el gobierno.
El reporte del FMI se conoció justo cuando la economista india-estadounidense anunciaba su alejamiento del cargo, un mensaje que mereció una cariñosa respuesta del ministro de economía argentino, quien le agradeció por su apoyo al programa económico y su confianza en el equipo de gobierno.
El agradecimiento que Caputo le hizo a Gita estaba justificado: sin su aval, habría sido muy difícil que Argentina contara con un desembolso de u$s12.000 millones, que aplacaron la turbulencia financiera en abril pasado y que permitieron el levantamiento del cepo.
Pero lo cierto es que la relación entre ambos distó de ser ideal. Desde el arranque del plan, Gopinath advirtió que el superávit fiscal debería ser sustentable política y socialmente, y aludió expresamente a que las jubilaciones no podrían ser la variable del ajuste.
Pero, sobre todo, se mostró crítica con la política cambiaria, y ya desde fines del año pasado hacía saber su opinión en el sentido de que el peso estaba sobrevaluado en un 25%, una opinión que chocaba de frente contra el freno al crawling peg -del 2% mensual al 1% mensual- que impuso Caputo.
El levantamiento del cepo fue, finalmente, lo que posibilitó que se aprobara el demorado nuevo acuerdo, que implicaba una asistencia financiera extra de u$s20.000 millones.
El FMI y los «econochantas»
De todas maneras, el Fondo nunca ocultó sus diferencias respecto de la visión económica que transmitía el gobierno. Cuando el presidente Javier Milei dedicaba artículos a combatir a los «econochantas» que insistían con «el disco rayado del atraso cambiario» no solamente se dirigía a sus críticos internos, sino también al propio staff del FMI, donde veía conspiraciones de funcionarios como el ahora ascendido Rodrigo Valdes.
No fue la única diferencia, porque Milei y Caputo también se dedicaron a argumentar sobre la irrelevancia del déficit en la cuenta corriente. Desde la visión del gobierno argentino, se trata de un rojo perfectamente financiable por el crédito internacional y por la llegada de inversión externa directa. Y, en todo caso, es un síntoma positivo, porque refleja que la economía crece a tal velocidad que se torna indispensable aumentar las importaciones de bienes de capital e insumos de la producción.
También en este caso, las palabras de Milei y sus funcionarios estaban formalmente dedicadas a los «econochantas», pero implicaban un mensaje indirecto para el staff del FMI, que históricamente ha puesto la lupa sobre los desequilibrios de la balanza de pagos, un tema al que le presta incluso más atención que a la situación fiscal.
Elogios al vecino devaluador
En el nuevo reporte, tal como ya había hecho durante la última visita de misiones técnicas a varios países de economías emergentes, el FMI elogia a aquellos que tuvieron la flexibilidad cambiaria suficiente como para responder con una devaluación ante el empeoramiento de las condiciones internacionales. Y, en cambio, mantuvo su mirada crítica a quienes mantienen un esquema rígido.
Resulta clara la comparación entre lo que el FMI escribió sobre Brasil y sobre Argentina. Dijeron sobre la política de devaluación del real del 4,2% el año pasado: «El tipo de cambio flexible ha sido un importante absorbedor de shocks externos», reconoce el informe, que también consideró positivo el hecho de que haya habido intervenciones oficiales para reducir una volatilidad excesiva -operaciones que tuvieron un costo de u$s25.000 millones en las reservas-.
En cambio, a la hora de revisar la situación argentina, hay un recordatorio de que no hubo una mejora real del tipo de cambio respecto de aquel que el propio FMI había juzgado sobreapreciado. Y recordó que no se estaba cumpliendo el cometido principal del nuevo régimen de flotación entre bandas, que era la acumulación de reservas en cantidad suficiente como para poder saldar los vencimientos financieros.
Y aquí viene un golpe al discurso del gobierno: sugiere que, considerando su débil cobertura de reservas y sus dificultades de acceso al mercado financiero internacional, debería contar con un superávit de cuenta corriente de 1,4% del PBI, como forma de evitar eventuales turbulencias.
El consejo contrasta con el pronóstico de un déficit en torno de 2% de la cuenta corriente para este año, junto con un saldo de balanza comercial que adelgaza a una velocidad preocupante. Hablando en plata, el superávit de cuenta corriente que sugiere el FMI se ubicaría en torno de u$s10.000 millones, mientras que en la primera mitad del año se acumuló un rojo de más de u$s5.000 millones.
A cuánto debería cotizar el dólar
Sobre el hipersensible tema del dólar, el FMI concede que un peso apreciado podría ser justificado, en la medida en que se profundicen las reformas estructurales que mejoren la productividad empresarial y la competitividad de la economía. Pero hace hincapié en que ese sería un escenario de mediano plazo, y que en el presente debe haber un tipo de cambio compatible con el mantenimiento de un saldo comercial holgado y la acumulación de reservas.
En otras palabras, un tipo de cambio alto. Peor aun, el informe criticó el ingreso «disruptivo» de capitales de no residentes, por considerar que altera el equilibrio macroeconómico. Es una crítica explícita a la salida de Caputo al mercado internacional para ofrecer Bonos del Tesoro pagaderos en pesos pero suscribibles en dólares.
El anuncio del ministro era que podía llegar a emitirse hasta u$s1.000 millones mensuales por esta vía, y consintió que se eliminaran las normativas originales que obligaban a los inversores a una estadía mínima de seis meses.
Además, reclama que haya un mayor «price descovery», es decir una flotación que permita que sea el mercado el que determine en qué punto está el tipo de cambio de equilibrio. El Fondo ratificó su estimación en el sentido de que a fines del año pasado el peso estaba apreciado en torno del 20%.
En términos nominales, eso implicaría la necesidad de que el dólar cotice en torno de $1.294. Pero si se aplica a esa cifra la inflación internacional transcurrida en el año, la cifra sube a $1.323. Siguiendo ese modelo, todavía habría un margen de suba de un 5% en el tipo de cambio.
Si eso ocurriera, el dólar todavía se mantendría dentro de los límites de la banda de flotación, aunque su diferencia con el techo de la banda sería de sólo 8%, en comparación con el 135 de hoy.
El peor «timing» para el reporte
No fue la única crítica del FMI sobre la marcha del plan. El reporte también puso énfasis en la dificultad del salario para recuperar su poder adquisitivo real, «lo cual probablemente esté reflejando una reducción en los márgenes de rentabilidad empresarial».
En definitiva, el informe del organismo de crédito era lo último que Caputo necesitaba en un momento en el que la sostenibilidad de su plan económico está bajo cuestionamiento por la abrupta suba de tasas de interés y la persistencia del índice de riesgo país por encima de 700 puntos.
Las principales críticas apuntan a que, al contrario de lo que argumenta el gobierno, los rubros que lideran el aumento importador no son los de bienes de capitales, sino los productos de consumo final y los automóviles. En junio crecieron, respectivamente, a un ritmo interanual de 90,9% y de 248,5%.
Esos dos rubros sumados ya representan un 22% de las importaciones totales, superando a los bienes de capital, que tienen una participación de 19%. Hace un año, los bienes de consumo y los autos, sumados, apenas representaban el 14% de la «torta» importadora.
Y, lejos de la recomendación del FMI sobre que las reservas tienen que conseguirse sobre la base de un holgado superávit comercial y no sobre los préstamos volátiles de inversores externos, las proyecciones comerciales van empeorando.
Lo demuestra la encuesta REM en la que participan los principales bancos y consultoras. A inicios de año esperaban un superávit superior a u$s12.000 millones, pero mes a mes las estimaciones se han ido retocando a la baja, de manera que la proyección actual es de un «flaco» saldo comercial de u$s6.000 millones.